sábado, 13 de febrero de 2010

San Valentín británico

El término maquiavelismo usado apropiadamente





La noche del 13 al 14 de febrero de 1945, Dresde fue atacada tres veces, dos por las Fuerzas Aéreas Británicas y una por las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos
Participaron más de 1.000 bombarderos. Las consecuencias fueron catastróficas, el centro histórico de la ciudad quedó incinerado y perdieron la vida entre 25.000 y 40.000 personas.

Dresde no era centro industrial o militar importante y no era un objetivo que mereciera el considerable e inusual esfuerzo estadounidense y británico que supuso el ataque.

La ciudad no fue bombardeada como represalia por anteriores bombardeos alemanes de ciudades como Rotterdam y Coventry. La ciudad no fue bombardeada en venganza, Berlín, Hamburgo, Colonia y otras muchas ciudades alemanas grandes y pequeñas habían pagado en 1942, 1943 y 1944.

A principios de 1945 los comandantes aliados sabían perfectamente que ni siquiera el bombardeo aéreo más feroz lograría “aterrorizar (a los alemanes) hasta rendirse”

No es realista pensar que quienes planearon la operación tuvieran como motivación “aterrorizar a los alemanes hasta rendirse”

El bombardeo de Dresde parece una masacre sin sentido y como una tarea más terrible incluso que la devastación de Hiroshima y Nagasaki que, por lo menos, se suponía habrían llevado a la capitulación de Japón.

En los últimos tiempos el bombardeo de países y ciudades se ha convertido en un acontecimiento casi cotidiano, justificado por nuestros dirigentes y presentado por los medios de comunicación como una empresa militar eficaz y un medio perfectamente legitimo de lograr objetivos que merecen la pena.

En este contexto, el ataque a Dresde ha sido rehabilitado por el historiador británico, Frederick Taylor, que argumenta que quienes planearon el ataque no tenían intención de provocar a la ciudad sajona esa descomunal destrucción, sino que ésta fue el resultado imprevisto de una combinación de desafortunadas circunstancias, incluyendo unas condiciones climatológicas perfectas y un sistema de defensas aéreas alemanas completamente inadecuado [3].

La afirmación de Taylor contradice un hecho, que él mismo cita en su libro, que aproximadamente 40 [bombarderos] “pesados” estadounidenses se desviaron de su ruta de vuelo y acabaron arrojando sus bombas en Praga en vez de en Dresde.

Si todo hubiera ocurrido como se había planeado, la destrucción de Dresde seguramente habría sido aún mayor de lo que fue. Por consiguiente, es obvio que se había buscado un grado de destrucción excepcionalmente grande.

Más grave es la insistencia de Taylor que Dresde constituía un objetivo legítimo, que era un importante centro militar, un punto de cruce de primera categoría del tráfico por ferrocarril, una importante ciudad industrial en la que gran cantidad de fábricas y talleres producían todo tipo de equipamiento fundamental desde el punto de vista militar.
Una serie de hechos indican que estos objetivos “legítimos” apenas tuvieron peso en los cálculos de quienes planificaron el ataque.
1.- no se atacó la única instalación militar verdaderamente importante, el aeródromo de la Luftwaffe situado a pocos kilómetros al norte de la ciudad.
2.- los aviones británicos que señalaban los objetivos a los bombarderos no marcaron como objetivo la supuesta crucialmente importante estación de tren. En vez de ello se ordenó a las tripulaciones que arrojaran sus bombas dentro de la ciudad, situada al norte de la estación. A consecuencia de ello, aunque los estadounidenses bombardearon la estación y gran cantidad de personas murió allí, sus instalaciones sufrieron relativamente pocos daños estructurales, tan pocos que, a los pocos días de la operación otra vez pudieron circular trenes que transportaban tropas.
3.- la gran mayoría de las industrias militarmente importantes de Dresde no estaba situadas en el centro de la ciudad sino a las afueras, donde no se arrojaron bombas, al menos deliberadamente.

Dresde contenía instalaciones militarmente importantes y algunas de estas instalaciones estaban en el centro de la ciudad y fueron destruidas en el ataque, pero esto no lleva lógicamente a la conclusión de que el ataque se planeó con este propósito.

Se destruyeron hospitales e iglesias, y murieron muchos prisioneros de guerra aliados que estaban casualmente en la ciudad, pero nadie argumenta que el ataque se hiciera para provocar eso.

Muchos judíos y miembros de la resistencia a los nazis de Alemania que esperaban ser deportados y/o exterminados pudieron escapar de la prisión durante el caos ocasionado por el bombardeo pero nadie afirma que éste fuera el objetivo del ataque.

No hay razón para concluir que la destrucción de una cantidad desconocida de instalaciones militares de mayor o menor importancia fuera la razón del ataque.

La destrucción de la industria de Dresde, como la liberación de unos cuantos judíos, fue una consecuencia secundaria que no se había planeado.

Se sugiere que el objetivo del bombardeo de la capital sajona era facilitar el avance del Ejército Rojo.

Supuestamente los soviéticos habrían pedido en la Conferencia de Yalta, celebrada del 4 al 11 de febrero de 1945, que se debilitara la resistencia alemana en el frente oriental por medio de ataques aéreos. Sin embargo, no existe prueba alguna que confirme esta afirmación.

La posibilidad de ataques aéreos anglo-estadounidenses sobre objetivos del este de Alemania se discutió en Yalta, pero en estas conversaciones los soviéticos expresaron su preocupación de que sus propias líneas fueran atacadas por los bombarderos, por lo que pidieron que la RAF y la USAAF no operaran demasiado al este

El general soviético Antonov expresó un interés general en “ataques aéreos que impidieran los movimientos del enemigo”, pero esto no puede interpretarse como una petición de imponer a la capital sajona (a la que no mencionó en absoluto) ni a cualquier otra ciudad alemana el tipo de tratamiento que recibió Dresde el 13-14 de febrero.

Ni en Yalta ni en ninguna otra ocasión los soviéticos pidieron a sus aliados occidentales la ayuda aérea que supuestamente se materializara en forma de la devastación de Dresde. Es más, nunca dieron su aprobación al plan de bombardear Dresde, como se ha afirmado.

Aun cuando los soviéticos hubieran pedido esa ayuda, es extremadamente poco probable que los aliados hubieran respondido lanzando inmediatamente la potente flota de bombarderos que atacó Dresde.

Para entender por qué esto es así examinemos las relaciones entre los aliados a principios de 1945.

Desde mediados a finales de enero de 1945 los estadounidense seguían envueltos en las convulsiones finales de la llamada “Batalla del Saliente”, una inesperada contraofensiva alemana en el frente occidental que les había causado grandes dificultades.

Los estadounidenses, británicos y canadienses no habían cruzado el río Rin, ni siquiera habían alcanzado las riberas occidentales de ese río, y todavía les separaban de Berlín más de 500 kilómetros.

Mientras tanto, en el frente oriental el Ejército Rojo había lanzado una importante ofensiva el 12 de enero y avanzaba rápidamente a 100 kilómetros de la capital alemana.

La probabilidad de que los soviéticos tomaran Berlín y penetraran profundamente en la mitad occidental de Alemania antes de que acabara la guerra perturbaba enormemente a muchos dirigentes militares y políticos estadounidenses y británicos.

¿Es realista creer que en esas circunstancias Washington y Londres estuvieran deseosos de posibilitar a los soviéticos hacer progresos aún mayores?

Aunque Stalin hubiera pedido ayuda anglo-estadounidense, Churchill y Roosevelt le habrían proporcionado ayuda simbólica, pero nunca habrían lanzado la operación masiva y sin precedentes combinada de la RAF y la USAAF que resultó ser el bombardeo de Dresde.

Atacar Dresde significaba enviar cientos de grandes bombarderos a más de 2.000 kilómetros a través del espacio aéreo enemigo, acercarse tanto a las líneas del Ejército Rojo que podían correr el riesgo de arrojar por error sus bombas sobre los soviéticos o de ser disparados por la artillería antiaérea soviética.

¿Se podía esperar que Churchill o Roosevelt invirtieran semejante cantidad de recursos humanos y materiales, y corrieran semejantes riesgos en una operación que haría más fácil al Ejercito Rojo tomar Berlín y posiblemente llegar al Rin antes de lo que lo hicieron? Tajantemente no.

Los dirigentes políticos y militares estadounidenses y británicos sin lugar a dudas opinaban que el Ejército Rojo ya estaba avanzando bastante deprisa.

A finales de enero de 1945 Roosevelt y Churchill se prepararon para viajar a Yalta para celebrar una reunión con Stalin.

Roosevelt y Churchill habían solicitado la reunión de Yalta para establecer acuerdos vinculantes sobre la Alemania de posguerra antes de que acabaran las hostilidades. Si estos acuerdos no existían, la realidad militar determinaría quién controlaba qué partes de Alemania y parecía que cuando los nazis capitularan, los soviéticos controlarían la mayor parte de Alemania, con lo que podrían determinar el futuro político, social y económico del país.

Washington y Londres habían creado un precedente de este tipo de acción unilateral cuando liberaron Italia en 1943 y negaron a la Unión Soviética toda participación en la reconstrucción de ese país; lo mismo hicieron en Francia y Bélgica.

Stalin, que había seguido el ejemplo de sus aliados cuando liberó países en el este de Europa, no quería este acuerdo vinculante respecto a Alemania e insistió en que el encuentro tuviera lugar en territorio soviético, en el balneario crimeo de Yalta.

Stalin fue de lo más complaciente y accede a la fórmula propuesta por los británicos y estadounidenses, extremadamente ventajosa para ellos, es decir, la división de la Alemania de posguerra en zonas ocupadas, de las que sólo aproximadamente una tercera parte del territorio alemán (lo que luego serían “Alemania del este”) se asignaba a los soviéticos.

Roosevelt y Churchill no podían haber previsto este afortunado resultado de la Conferencia de Yalta, de la que volvieron “con un ánimo exultante”.

Durante las semanas anteriores a la conferencia esperaban que el dirigente soviético fuera un interlocutor exigente y difícil, animado por los recientes éxitos del Ejército Rojo y por el hecho de gozar de una especie de ventaja en el juego.
Había que encontrar la manera de ponerle los pies en la tierra, de condicionarle para que hiciera concesiones a pesar de ser el favorito provisional del dios de la guerra.

Era de importancia crucial dejar claro a Stalin que no debía subestimar el poder militar de los aliados occidentales a pesar de los recientes reveses en las Ardenas belgas.

Había que reconocer que el Ejército Rojo disponía de enormes masas de soldados de infantería, de excelentes tanques y de una artillería formidable, pero los aliados occidentales tenían en sus manos una baza militar que los soviéticos eran incapaces de igualar. su fuerza aérea, que contaba con la más impresionante colección de bombarderos que jamás había visto el mundo. Esta arma hacía posible que estadounidenses y británicos lanzaran los más devastadores ataques aéreos sobre objetivos que estaban muy lejos de sus propias líneas.

¿No resultaría más fácil negociar con Stalin en Yalta si se pudiera conseguir que fuera consciente de esto?

Churchill decidió que la destrucción total de la ciudad alemana en las narices de los soviéticos, enviaría el mensaje deseado al Kremlin.

Durante cierto tiempo la RAF y la USAAF habían inflido golpes devastadores a las ciudades alemanas y se habían preparado planes detallados para esta operación conocida como “Operación Trueno”.

En el verano de 1944, cuando el rápido avance desde Normandia hizo probable que la guerra se ganara antes de fin de año y se empezaba a pensar en la reconstrucción de posguerra, una operación al estilo de la Operación Trueno se había empezado a ver como un medio de intimidar a los soviéticos.

En agosto de 1944 un memorandum de la RAF señalaba que “la devastación total del centro de una vasta ciudad [alemana] […] convencería a los aliados rusos […] de la eficacia de la potencia aérea anglo-estadounidense” .

A principios de 1945 ya no se consideraba necesaria la Operación Trueno para derrotar a Alemania. Pero hacia finales de enero de 1945, mientras se preparaba para viajar a Yalta, Churchill vio de pronto un gran interés en este proyecto, insistió en que se debía llevar a cabo inmediatamente y ordenó específicamente al jefe del Comando de Bombarderos de la RAF, Arthur Harris, que borrara del mapa una ciudad en el este de Alemania

El 25 de enero el primer ministro británico indicó dónde quería que “se acribillara” a los alemanes, “en su retirada [en dirección oeste] desde Breslau [ahora Wroclaw, Polonia]” En términos de centros urbanos esto equivalía a deletrear D-R-E-S-D-E.

El que Churhill estuviera detrás de la decisión de bombardear una ciudad del este de Alemania se da a entender en la autobiografía de Arthur Harris (el zar de los bombardeos estratégicos británicos) él escribió “en aquel momento gente mucho más importante que yo mismo consideraba que el ataque a Dresde era una necesidad militar”. Sólo personalidades del calibre de Churchill eran capaces de imponerle su voluntad.

Como ha escrito el historiador militar británico Alexander McKee, Churchill “trató de escribir [una] lección en el cielo nocturno [de Dresde]” para los soviéticos.
Como la USAAF acabó implicándose en el bombardeo de Dresde, podemos asumir que Churchill actuó con el conocimiento y aprobación de Roosevelt.

Los socios de Churchill en la jerarquía militar y política de Estados Unidos, incluyendo al general Marshall, compartían su punto de vista; estaban demasiado fascinados por la idea de “intimidar a los comunistas [soviéticos] aterrorizando a los nazis”.

La participación estadounidense en el ataque a Dresde no era verdaderamente necesaria porque sin lugar a dudas la RAF era capaz de borrar del mapa Dresde actuando en solitario. Pero el efecto de “exageración” resultante de una redundante contribución estadounidense era perfectamente funcional para el propósito de demostrar a los soviéticos lo letal que era el poderío aéreo anglo-estadounidense.

Es probable que Churchill no quisiera que fuera exclusivamente británica la responsabilidad de lo que él sabía iba a ser una masacre terrible; era un crimen para el que necesitaba un socio.

Cuando finalmente se lanzó esta operación con Dresde como objetivo, se hizo menos para acelerar la derrota del enemigo alemán que para intimidar a los soviéticos.

En términos de la escuela de sociología estadounidense del “análisis funcional”, golpear a los alemanes lo más duramente posible era la “función manifiesta” de la operación, mientras que intimidar a los soviéticos era su mucho más importante función “latente” u “oculta”.

La destrucción masiva infligida a Dresde (era “funcional”) no para infligir un golpe devastador al enemigo alemán, sino para demostrar al aliado soviético que los anglo-estadounidenses tenían un arma que el Ejército Rojo no podría igualar, sin importar lo poderoso que fuera y el éxito que éste tuviera contra los alemanes, y que tenían un arma contra la que los soviéticos no tenían defensas adecuadas.

Los comandantes locales de la RAF y la USAAF, así como los “maestros bombarderos” eran conscientes (después de la guerra dos de ellos afirmaron recordar que se les había dicho claramente que la intención de este ataque era “impresionar a los soviéticos con el poder destructor de nuestro Comando Bombardero”)
Pero los soviéticos habían hecho la mayor contribución a la guerra contra la Alemania nazi, habían sufrido las mayores pérdidas, habían tenido los éxitos más espectaculares, por ejemplo, Stalingrado, gozaban de muchas simpatías entre el personal militar de baja graduación estadounidense y británico, incluyendo las tripulaciones de los bombarderos. Ellos habrían desaprobado un plan para intimidar a los soviéticos y con seguridad un plan (la destrucción de una ciudad alemana desde el aire) que ellos tendrían que llevar a cabo. Fue necesario camuflar el objetivo de la operación.

Como no se podía decir la función latente de la operación, había que inventarse una función manifiesta que se pudiera decir.

Se instruyó a los comandantes regionales y los maestros bombarderos para formular otros objetivos, que se esperaba creíbles, por el bien de sus tripulaciones.

Podemos entender por qué las instrucciones de las tripulaciones respecto a los objetivos eran diferentes de una unidad a otra y por qué a menudo fueron descabelladas e incluso contradictorias.

La mayoría de los comandantes hicieron hincapié en los objetivos militares y citaron “blancos militares” indefinidos, hipotéticas “fábricas vitales de munición” y “depósitos de armas y suministros”, el supuesto papel de Dresde como “ciudad fortificada” e incluso la existencia en la ciudad de algún “cuartel general del ejército alemán”. Se hicieron también vagas alusiones a “importantes instalaciones militares” y a “depósitos de vagones y máquinas de tren”.


Algunos o bien fueron incapaces de inventarse esos objetivos imaginarios o bien por alguna razón no deseaban hacerlo y dijeron escuetamente a sus hombres que se iban a arrojar las bombas en el “centro construido de la ciudad de Dresde” o, simplemente, “en Dresde”.

El bombardeo de Dresde tenía poco o nada que ver con la guerra contra la Alemania nazi: fue un mensaje anglo-estadounidense a Stalin, un mensaje que costó la vida de cientos de miles de personas.
Más tarde ese mismo año siguieron dos mensajes codificados de manera similar aunque no muy sutiles que supusieron más víctimas, pero esta vez el objetivo fueron ciudades japonesas, y la idea era llamar la atención de Stalin sobre la letalidad de la terrible nueva arma estadounidense, la bomba atómica.

Dresde tenía poco o nada que ver con la guerra contra la Alemania nazi; tenía mucho que ver con un nuevo conflicto en el que el enemigo iba a ser la Unión Soviética.

Había nacido la Guerra Fría en el espeluznante calor del infiero de Dresde, Hiroshima y Nagasaki.

Jacques R. Pauwels

Fuente:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=100379
http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=17515

Hace 60 años, 13-14 de febrero de 1945: Por qué se destruyó Dresde
El mito de la guerra buena: EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial

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