sábado, 2 de enero de 2010

Entrada 100

LA CONFESIÓN

- Ave Maria Purísima…

Cuando José conoció a Deidamia ella deambulaba en el interior amarillento de su casa, detrás de una puerta apolillada, debajo de totoras trenzadas adheridas a gruesos y nudosos guayaquiles.

- ¡Acúseme padre poque yo é pecao…!

La zamba lo hizo sentarse en una silla de paja demasiado grande para él y José la entendió hosca, en silencio le examinó largamente el semblante, tomó un frasquito y lanzó sobre él agua bendita, el niño se sintió arrollado y con la certeza que la vieja flaca era la que disponía. La oscura se persignó y empezó a pronunciar una densa letanía de padrenuestros eslabonados con oraciones anacrónicas y plegarias marianas, apretaba un rosario violáceo que hacia desaparecer en encadenamiento cuenta por cuenta entre sus dedos morados; eran hipnóticos sus labios siempre moviéndose y su lengua atosigante del mismo color jacintino, José no veía ninguna otra cosa, no podía ver nada más.

- lé pegao paresito.

Cuando el cansancio ensombreció al niño ella se apagó, le dio de tomar agua de azahar, cogió un ají de una bandeja y lo comenzó a pasar por su piel, haciendo cruces con él le hizo levantar la frente, inclinar la cabeza, erizar su nuca, estremecer su espalda y aliviar el pecho, mientras que confidencialmente le recitaba un Salve.

- ¿queeso noes pecao pairecito?

Entonces la rezadora se supo ama absoluta de un poder descomunal. Alargó portentosamente el cuello, estiro los brazos de forma inaudita y mientras se apartaba dando pasos hacia atrás reclamó con autoridad el alma del niño del lugar adverso adonde el demonio se la había llevado… José ven…, José ven…, José ven…, José ven…, José ven… ven… ven José…

- ¡Pero lerí duro padre, guitaba…!

Imperiosa se acercaba a él y se alejaba, retrocedía y acometía, giraba en torno a él rodeándolo siempre con sus brazos huesudos haciendo ademanes enérgicos de cogerlo, gesticulando ásperamente jalarlo; parecía – a veces – implorando, José recordaría el mismo manoteo más lejos en el nado de pecho e íntimamente en la gallina que cercaba a sus crías con las alas. José ven…, José ven, José ven…, José ven..., José ven…, José ven… ven… ven José… José…

- ¡Daba pena padre!

El niño se mareaba en los entramados indefinidos del susto, recorría los vericuetos irregulares de su confusión y la miraba anonadado; su llamado pertinaz, su voz astringente acarreaban su espíritu a sortear los extramuros eriazos del miedo y hacerlo regresar transpirando a la existencia. Deidamia clamaba apremiante… José ven…, José ven..., José ven…, José ven… ven… ven José… José… José ven,…José ven…

- ¿Qué Dió perdona padre?

Por que sólo el amor puede desempañarte, mucho tiempo después José quiso que le tejiera una ruta a la esperanza y lo trajese de vuelta a los cinco años desde las tinieblas viscerales de la angustia, pero, entonces, él…no sabía.

- ¿Y mi penitencia padre?

Deidamia acabó su diligencia, frotó el delgado rosario entre y sobre las cejas del niño, a lo largo de su frente, por su cabeza, en toda su espalda, en cada confín de su pecho, lo hizo santiguarse, se persignó ella ortodoxamente, encadenó el ánima a su cuerpo para que nadie la espantara y se fue arrastrando extrañamente un pie a un lugar que José no pudo ver allí colocó el ají en la hornilla encendida de su renegrida cocina de querosene y vio como el calor lo reventaba y el mal se descomponía en mil golpes estridentes y fogonazos rojizos, luego regresó y se sentó exhausta esperando de costado cabizbaja.

- ¿No hay penitencia pairecito?

José abandonó la casa de la rezadora con las mejillas abrazadas llevando sus grandes ojos al sol que cayendo parecía sumirlo a mitad de calle, su luz llenaba todas las concavidades, robustecía los postes raquíticos y revitalizaba las paredes llenas de telarañas viejas y cubiertas de polvo.

- ¡Que peidone…!

Los colores que fugaban, la oscuridad que perseguía la sombra del sol, dejaron de arrebatar tonos imprevisibles a los pantalones diminutos e inquietos que se balanceaban de los cordeles el día inconciliable en que el hijo de su vida para siempre se mudó. No se halló más pocitos bajo las pequeñas camisas que lagrimeaban. No hubo después una Deidamia encorvada tendiendo camisetas recién bañadas en su corral.

- No puero, padre, no puero.


A mi hijo
13 de Octubre de 2009





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